ALIMENTO PARA EL ALMA

Padre mío, ahora que las voces se silenciaron y los clamores se apagaron, aquí al pie de la cama mi alma se eleva hasta Tí, para decirte: Creo en Tí, espero en Tí, te amo con todas mis fuerzas, Gloria a Tí Señor. Deposito en tus manos, la fatiga y la lucha, las alegrías y desencantos de este día que quedó atrás. Si los nervios me traicionaron, si los impulsos egoístas me dominaron, si di entrada al rencor o a la tristeza, ¡Perdón, Señor!. Ten piedad de mí. Si he sido infiel, si pronuncié palabras vanas, si me dejé llevar por la impaciencia. Si fui espina para alguien ¡Perdón, Señor!. No quiero esta noche entregarme al sueño, sin sentir sobre mi alma la seguridad de tu misericordia, tu dulce misericordia, enteramente gratuita, Señor. Te doy gracias, Padre mío, porque has sido la sombra fresca que me ha cobijado durante todo este día. Te doy gracias porque, invisible, cariñoso, envolvente, me has cuidado a lo largo de estas horas. Señor, a mi alrededor ya todo ...

de Zarina Lucena , el Lunes, 19 de septiembre de 2011, 21:43 ¿Quién no ha sido perseguido? ¿Quién no ha experimentado la burla de sus cercanos cuando hablan o murmuran?  ¿Quién no ha sido marginado? Todos los seres humanos, sin excepción, en ciertos momentos de la vida, hemos sufrido las tristezas o angustias que suponen estos hechos. Creo profundamente que aunque Dios no nos somete a dichas situaciones, las permite por una poderosa razón. Nuestro Padre Celestial desea que nosotros amemos a quienes no consiguen amarnos.  Por eso Jesús, su hijo, nuestro señor,  lo deja bien claro cuando dice “Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen y orad por los que os persiguen y calumnian”   (Mateo 5, 44). Es inevitable, la herida que se produce en nuestro ser, en los momentos en que saboreamos la amargura.  Pero si se toma en consideración, lo dicho en el párrafo anterior, se consigue que la llaga se borre casi que instantáneamente...